sábado, 16 de febrero de 2013

El Jardinero e Índigo (Cuatro)

No podía creer lo que veía. ¿Un jardín? ¿cómo es que yo terminé en un jardín? No recordaba haber estado inconsciente ni mucho menos. De lo último que tenía algún recuerdo es de una puerta, bajando una pequeña escalinata a través de un pasillo estrecho. Y de repente aparezco en un jardín, sintiéndome como si me hubiera caído de un techo bastante alto.
Me incorporé y me quedé sentado en el pasto, que no llegaba más alto que los talones. El dolor de cabeza no me dejaba pensar muy bien, aunque tampoco tenía demasiadas pistas sobre mi repentino aparecer en un jardín como para reflexionar del asunto.
Miré un poco a mi alrededor y le dediqué unos segundos al paisaje. Era bastante llano, con una sola elevación un poco pronunciada a un par de metros de mí. El pasto tenía un color verde muy claro, con los primeros tintes amarillos característicos del comienzo del otoño. A unos diez metros a mi derecha había un gran árbol de color grisáceo. Parecía bastante viejo, con una inmensa copa a la cual se le habían caído ya varios montones de hojas, lo que dejaba al descubierto el enorme ramal que la componía. Después de mirarlo un momento me di cuenta que era un nogal.
En el pequeño prado que había hasta el nogal se veían varias flores blancas con un tallo de mas o menos un brazo de alto, esparcidas por el terreno, las cuales por su brillo contrastaban mucho con el ambiente otoñal del lugar.
Me levanté y caminé hasta el árbol, y descubrí que detrás del mismo, avanzando un par de metros mas, había un poste de madera con un farol en lo más alto. Más allá se veía un pequeño arbusto con varias flores violetas. Me acerqué a verlo y descubrí que era lavanda.
- No puedo creerlo, volviste-. Me dijo sin desviar la mirada hacia mí un viejo que estaba agachado del otro lado del arbusto, al parecer trabajando en la tierra y regando la planta.
Tenía el pelo largo hasta un poco por debajo del hombro, de un color castaño claro, y vestía una camisa de lana gris y a cuadros, un pantalón de jean raído y con varios bolsillos, manchado de tierra y pasto en las rodillas. Era un poco canoso y tenía una sobra de barba de varios días, más abundante en el mentón y alrededor de la boca. Cuando se levantó pude ver que tenia un ojo azul y el otro gris, y que era de altura parecida a la mía.
- Sí, tenía que hacerlo alguna vez , ¿no? -. Le respondí.
- No habría apostado a que lo hicieras, Elliot-. Su voz era grave, pero no denotaba vejez. De hecho era bastante potente incluso hablando en voz baja.
Empece a reconocer el jardín, ya había estado antes aquí y recordé por qué volví.
- Volví porque tengo que sacarlo de raíz -. 
- ¿Al jazmín? aunque lo hicieras ya se extendió. Ya viste las flores que hay por todo el jardín-.
- ¿Las otras plantas como están?-.
- Bien, pero decaen Elliot, el abandono lo pagan muy caro-.
- No fue mi intención, en serio-.
- Ya lo sé, después de todo somos la misma persona-. 
- En este lugar, si-.
- Si quieres puedes ir a verlas, no te aseguro que estén alegres de verte, pero bueno-.
Dicho esto, se agachó de nuevo y siguió trabajando sobre la tierra de la lavanda, mientras que yo seguí por el mismo camino para ir a ver a las otras plantas. A mis plantas.
Al dar unos pasos pude distinguir a lo lejos la pequeña planta de vainilla. Cuando me acerqué más vi también que tenías varias vainas, lo que me alegró, ya que al menos seguía dando frutos y eso era una señal de que estaba bastante sana.
Pero, tal como dijo el viejo jardinero, se la notaba decaída. Las hojas, si bien eran verdes, estaban oscuras y un poco marchitadas. Me acerqué a la pequeña orquídea y me senté al lado de ella. Sentía enojo en el aura que la rodeaba, cosa que no me extrañó para nada, después de todo la había abandonado.
- No te voy a decir que no te enojes, pero no me eches tampoco-. Le dije (sí, a la planta).
Hubo una pequeña disminución en el rechazo que sentía de su parte, pero seguía desagradada de que yo estuviera ahí. Me quedé mirando el suelo, y vi la vieja placa de metal oxidada que estaba empotrada en la tierra. En ella se leía una única palabra:
"Índigo"
Con el pasar de las horas fui sintiendo el peso del sueño, y decidí acostarme a dormir. Ya vería después qué hacer, por el momento dormiría junto a Índigo, por primera vez en mucho tiempo.

Del Negro Nicolás.
15-02-13  05:43 Hs.

domingo, 10 de febrero de 2013

El Cofre del Jardín (Tres)

Esto de caminar sin oír ni ver se estaba poniendo un poco aburrido, no recordaba un camino tan largo. De hecho la última vez había sido corto. Pero ya habrán comprendido que esta habitación tiene antojos propios, y los cumple.
Afortunadamente, cuando ya se estaba volviendo exasperante la soledad, aquella voz, Canela, volvió a aparecer:
- ¿Por qué no lo dejas así como está?-. Me dijo.
- Maldita desgraciada, no hay derecho a que me echen de aquí-.
- Ya lo sé, pero me acostumbré mucho a este lugar y no me quiero ir-.
- ¿Acaso yo te eché?-.
- No, pero tu presencia no es un buen augurio-.
- Haz lo que quieras, no me interesa-.
- Te solía interesar-.
- Hasta que vi que no importaba un comino si me interesaba o no-.
- ¿A qué va tu presencia en esta habitación? no creí que volverías-.
- Tengo que matar a alguien, o algo, que no me deja en paz-.
- ¿Me puedo quedar tranquila?-.
- ¿Cómo se mata una voz?-.
- No sé-.
- ¿Entonces a qué temes?-.
- Nada-.
- Deja de molestarme, estoy preocupado por ese atractivo olor de adelante y no puedo pensar si molestas, me huele a trampa-.
- Lo es-.
- ¿Qué carajo es ese olor?-.
- Ja! ¿En serio? ¿Esa pregunta va en serio?-.
- Me estás exasperando-.
- Es Jazmín, idiota-.
Me detuve en seco. Sí, era jazmín, y tenía sentido que lo fuera.
- ¿Cuánto me falta para el cofre?-.
- Casi nada, ¿Por?-.
- Cosa mía, y no te metas en mi cabeza-.
- Tampoco me interesa hacerlo, me puede dañar a mi-.
Di dos pasos más y me caí sobre un contundente objeto rectangular, que me llegaba un poco más abajo de las rodillas, lo suficientemente profundo como para que quede mi cabeza junto con mis brazos colgando al otro lado del objeto. Nunca en mi vida creí tan literal la expresión "casi nada". En general cuando alguien dice "no falta casi nada" en realidad se traduce como "falta pero no quiero reconocerlo". Evidentemente no era el caso.
Pero por fin llegué al cofre, tan frío como la madera y el metal lo permitían.
Me puse de pie, luego me arrodille al lado y lo toqué con ambas manos. Frío, liso y del tamaño que siempre fue. Tal cual lo recordaba.
- No irás a abrirlo ¿ O si?-. Me dijo Canela
- Canela ¿Te puedo pedir mis sentidos? en serio los necesito-.
- ¿Por qué? dame una buena razón-.
- Eso suena a capricho, dame una buena razón para quedártelos-.
- No la tengo-.
- Esa es mi buena razón-.
- ¿Me echarás?-.
- Ya te lo dije, de tu vida lo que quieras, no me interesa-.
-Eso va en serio-. Parecía mas una pregunta que una afirmación.
- Muy-.
Y entonces oí mi respiración nuevamente, y no vi nada por las oscuridad, pero sabía que tenía de nuevo mi visión.
- Gracias-.
- Solamente no te arruines-.
- No te garantizo nada-.
- Adiós Elliot, dentro del cofre no me recordarás, ni a este lugar, ni a lo que hay dentro del cofre mismo-.
- Ya lo sé-.
Entonces no solamente o hubo respuesta, sino que además pude sentir como se iba. Si hubiera sido una persona, lo habría hecho llorando.
Luego abrí el cofre, y su centelleante luz obre me confirmó que mis ojos podían ver de nuevo.
Me recliné hacia adelante, cada vez más y más, hasta tener todo el torso dentro del cofre. Y luego me dejé caer.
Y caí, durante un tiempo. No sé bien cuánto fue, pero no me pareció demasiado.
El golpe de la caída, si bien dolió bastante, fue amortiguado por el pasto.
Un momento... ¿Pasto? ¡¿De dónde salió el pasto?! ¿Y por qué me caí?
Me levanté del suelo, y me di cuenta de que estaba en un jardín.

Del Negro Nicolás.
09-02-13  02:21 Hs.

Letras

Llegue a la conclusion de que las cosas que escribo son el unico punto en el que convergen mis pensamientos, sentimientos, emociones, ideas y sensaciones :/