viernes, 3 de mayo de 2013

Sencillo

Simplemente hacer de cuenta, 
que aquí nada pasó,
Es imposible,
Por que mi amor?
Preguntas sin entenderlo,
Porque cambié las estrellas por ti,
Porque hay muchas heridas por curar,
Porque me lo preguntaste una vez,
Y esa pregunta no cambió.
Es sencillo,
Porque así lo quiero yo.

Del Negro Nicolás.
03 - 05 - 13  03:07 Hs

sábado, 16 de febrero de 2013

El Jardinero e Índigo (Cuatro)

No podía creer lo que veía. ¿Un jardín? ¿cómo es que yo terminé en un jardín? No recordaba haber estado inconsciente ni mucho menos. De lo último que tenía algún recuerdo es de una puerta, bajando una pequeña escalinata a través de un pasillo estrecho. Y de repente aparezco en un jardín, sintiéndome como si me hubiera caído de un techo bastante alto.
Me incorporé y me quedé sentado en el pasto, que no llegaba más alto que los talones. El dolor de cabeza no me dejaba pensar muy bien, aunque tampoco tenía demasiadas pistas sobre mi repentino aparecer en un jardín como para reflexionar del asunto.
Miré un poco a mi alrededor y le dediqué unos segundos al paisaje. Era bastante llano, con una sola elevación un poco pronunciada a un par de metros de mí. El pasto tenía un color verde muy claro, con los primeros tintes amarillos característicos del comienzo del otoño. A unos diez metros a mi derecha había un gran árbol de color grisáceo. Parecía bastante viejo, con una inmensa copa a la cual se le habían caído ya varios montones de hojas, lo que dejaba al descubierto el enorme ramal que la componía. Después de mirarlo un momento me di cuenta que era un nogal.
En el pequeño prado que había hasta el nogal se veían varias flores blancas con un tallo de mas o menos un brazo de alto, esparcidas por el terreno, las cuales por su brillo contrastaban mucho con el ambiente otoñal del lugar.
Me levanté y caminé hasta el árbol, y descubrí que detrás del mismo, avanzando un par de metros mas, había un poste de madera con un farol en lo más alto. Más allá se veía un pequeño arbusto con varias flores violetas. Me acerqué a verlo y descubrí que era lavanda.
- No puedo creerlo, volviste-. Me dijo sin desviar la mirada hacia mí un viejo que estaba agachado del otro lado del arbusto, al parecer trabajando en la tierra y regando la planta.
Tenía el pelo largo hasta un poco por debajo del hombro, de un color castaño claro, y vestía una camisa de lana gris y a cuadros, un pantalón de jean raído y con varios bolsillos, manchado de tierra y pasto en las rodillas. Era un poco canoso y tenía una sobra de barba de varios días, más abundante en el mentón y alrededor de la boca. Cuando se levantó pude ver que tenia un ojo azul y el otro gris, y que era de altura parecida a la mía.
- Sí, tenía que hacerlo alguna vez , ¿no? -. Le respondí.
- No habría apostado a que lo hicieras, Elliot-. Su voz era grave, pero no denotaba vejez. De hecho era bastante potente incluso hablando en voz baja.
Empece a reconocer el jardín, ya había estado antes aquí y recordé por qué volví.
- Volví porque tengo que sacarlo de raíz -. 
- ¿Al jazmín? aunque lo hicieras ya se extendió. Ya viste las flores que hay por todo el jardín-.
- ¿Las otras plantas como están?-.
- Bien, pero decaen Elliot, el abandono lo pagan muy caro-.
- No fue mi intención, en serio-.
- Ya lo sé, después de todo somos la misma persona-. 
- En este lugar, si-.
- Si quieres puedes ir a verlas, no te aseguro que estén alegres de verte, pero bueno-.
Dicho esto, se agachó de nuevo y siguió trabajando sobre la tierra de la lavanda, mientras que yo seguí por el mismo camino para ir a ver a las otras plantas. A mis plantas.
Al dar unos pasos pude distinguir a lo lejos la pequeña planta de vainilla. Cuando me acerqué más vi también que tenías varias vainas, lo que me alegró, ya que al menos seguía dando frutos y eso era una señal de que estaba bastante sana.
Pero, tal como dijo el viejo jardinero, se la notaba decaída. Las hojas, si bien eran verdes, estaban oscuras y un poco marchitadas. Me acerqué a la pequeña orquídea y me senté al lado de ella. Sentía enojo en el aura que la rodeaba, cosa que no me extrañó para nada, después de todo la había abandonado.
- No te voy a decir que no te enojes, pero no me eches tampoco-. Le dije (sí, a la planta).
Hubo una pequeña disminución en el rechazo que sentía de su parte, pero seguía desagradada de que yo estuviera ahí. Me quedé mirando el suelo, y vi la vieja placa de metal oxidada que estaba empotrada en la tierra. En ella se leía una única palabra:
"Índigo"
Con el pasar de las horas fui sintiendo el peso del sueño, y decidí acostarme a dormir. Ya vería después qué hacer, por el momento dormiría junto a Índigo, por primera vez en mucho tiempo.

Del Negro Nicolás.
15-02-13  05:43 Hs.

domingo, 10 de febrero de 2013

El Cofre del Jardín (Tres)

Esto de caminar sin oír ni ver se estaba poniendo un poco aburrido, no recordaba un camino tan largo. De hecho la última vez había sido corto. Pero ya habrán comprendido que esta habitación tiene antojos propios, y los cumple.
Afortunadamente, cuando ya se estaba volviendo exasperante la soledad, aquella voz, Canela, volvió a aparecer:
- ¿Por qué no lo dejas así como está?-. Me dijo.
- Maldita desgraciada, no hay derecho a que me echen de aquí-.
- Ya lo sé, pero me acostumbré mucho a este lugar y no me quiero ir-.
- ¿Acaso yo te eché?-.
- No, pero tu presencia no es un buen augurio-.
- Haz lo que quieras, no me interesa-.
- Te solía interesar-.
- Hasta que vi que no importaba un comino si me interesaba o no-.
- ¿A qué va tu presencia en esta habitación? no creí que volverías-.
- Tengo que matar a alguien, o algo, que no me deja en paz-.
- ¿Me puedo quedar tranquila?-.
- ¿Cómo se mata una voz?-.
- No sé-.
- ¿Entonces a qué temes?-.
- Nada-.
- Deja de molestarme, estoy preocupado por ese atractivo olor de adelante y no puedo pensar si molestas, me huele a trampa-.
- Lo es-.
- ¿Qué carajo es ese olor?-.
- Ja! ¿En serio? ¿Esa pregunta va en serio?-.
- Me estás exasperando-.
- Es Jazmín, idiota-.
Me detuve en seco. Sí, era jazmín, y tenía sentido que lo fuera.
- ¿Cuánto me falta para el cofre?-.
- Casi nada, ¿Por?-.
- Cosa mía, y no te metas en mi cabeza-.
- Tampoco me interesa hacerlo, me puede dañar a mi-.
Di dos pasos más y me caí sobre un contundente objeto rectangular, que me llegaba un poco más abajo de las rodillas, lo suficientemente profundo como para que quede mi cabeza junto con mis brazos colgando al otro lado del objeto. Nunca en mi vida creí tan literal la expresión "casi nada". En general cuando alguien dice "no falta casi nada" en realidad se traduce como "falta pero no quiero reconocerlo". Evidentemente no era el caso.
Pero por fin llegué al cofre, tan frío como la madera y el metal lo permitían.
Me puse de pie, luego me arrodille al lado y lo toqué con ambas manos. Frío, liso y del tamaño que siempre fue. Tal cual lo recordaba.
- No irás a abrirlo ¿ O si?-. Me dijo Canela
- Canela ¿Te puedo pedir mis sentidos? en serio los necesito-.
- ¿Por qué? dame una buena razón-.
- Eso suena a capricho, dame una buena razón para quedártelos-.
- No la tengo-.
- Esa es mi buena razón-.
- ¿Me echarás?-.
- Ya te lo dije, de tu vida lo que quieras, no me interesa-.
-Eso va en serio-. Parecía mas una pregunta que una afirmación.
- Muy-.
Y entonces oí mi respiración nuevamente, y no vi nada por las oscuridad, pero sabía que tenía de nuevo mi visión.
- Gracias-.
- Solamente no te arruines-.
- No te garantizo nada-.
- Adiós Elliot, dentro del cofre no me recordarás, ni a este lugar, ni a lo que hay dentro del cofre mismo-.
- Ya lo sé-.
Entonces no solamente o hubo respuesta, sino que además pude sentir como se iba. Si hubiera sido una persona, lo habría hecho llorando.
Luego abrí el cofre, y su centelleante luz obre me confirmó que mis ojos podían ver de nuevo.
Me recliné hacia adelante, cada vez más y más, hasta tener todo el torso dentro del cofre. Y luego me dejé caer.
Y caí, durante un tiempo. No sé bien cuánto fue, pero no me pareció demasiado.
El golpe de la caída, si bien dolió bastante, fue amortiguado por el pasto.
Un momento... ¿Pasto? ¡¿De dónde salió el pasto?! ¿Y por qué me caí?
Me levanté del suelo, y me di cuenta de que estaba en un jardín.

Del Negro Nicolás.
09-02-13  02:21 Hs.

lunes, 21 de enero de 2013

La cacofonía de mis pensamientos y los suyos (Dos)

Nunca voy a poder olvidar ese agónico y desesperante momento en el que me percaté de mi falta de audición. Fue cómo si mi propio ser me hubiera traicionado; cómo si alguien hubiera extraído de mi esa capacidad, y la hubiera encarcelado.
Al momento siguiente reaccioné, no podía quedarme ahí titubeando por eso, yo sabía muy bien que esa posibilidad existía, sólo que no la esperaba tan pronto.
Entonces me dispuse a intentar moverme, despacio, intentando adaptarme lo mas rápido posible a mi nueva condición. Primero la pierna derecha hacia adelante, luego la izquierda, moviéndome muy lento, como quién llega a su casa de noche y no quiere chocarse nada, no por el golpe, sino por miedo a despertar al resto.
Pero descubrí rápidamente que moverse sin oír nada no resultaba fácil, ya que estaba muy acostumbrado a escuchar mis pasos al caminar, y no escucharlos me daba cierta inseguridad; no terminaba de creerle a mi tacto que el piso estaba allí.
El centro de la habitación estaba mas lejos que antes, pero yo no sabía cuánto, no sabía cuánto había crecido aquella habitación, así que me dispuse a caminar, a cada paso con un poco más de confianza en mis movimientos. No me preocupaba pasarme el centro de la habitación, no lo haría, no si seguía en línea recta. El cofre me interrumpiría el paso.
El camino se empezó a hacer mucho más extenso de lo que recordaba, pero mi memoria nunca fue la mejor, creo haberlo dicho. ¿Cuánto había caminado ya? ¿una hora? ¿diez minutos? ¿diez segundos?. No lo sé, no tenía nada que me indique el paso del tiempo, salvo contar mis pasos, y esa no es una medida muy fiel. En cualquier caso más de cien había dado, y menos de mil también.
En el transcurso del inesperado viaje no pude evitar caer en mis pensamientos. Sin nada que oír era muy difícil no sumirme en mi propia voz.
Me aturdían. Nunca los soporté demasiado, culpa de ellos demasiadas cosas he perdido. Y eran demasiados, tantos que formaban un coro entero en mi cabeza. El coro mas escabroso, disonante e insoportable de este mundo.
Dar tantas vueltas sobre mí mismo era lo que yo quería evitar, y con este coro infernal, con esta sala de debate, con este jurado que no se callaba, era imposible.
Me estaban empezando a poner muy nervioso, y con el miedo ya era más que suficiente como para añadir nerviosismo.
Luego, ella apareció de nuevo:
- No puedo creerlo, ¿todavía piensa en llegar?-.
- Si, ¿por? ¿alguna objeción contra eso?-.
- No es para usted, desista-.
Eso sonaba demasiado amable como para provenir de alguien que se tomó la libertad de meterse en mi cabeza. Sin embargo, aún cuando yo creía esto preferí devolver la cordialidad, no sé que tan buena idea sería hacer enojar a alguien que tiene libre acceso a mi mente.
- Disculpe la molestia madame ¿con quién tengo el gusto?-. 
- No creo que sea necesario que lo sepa-.
- Oh yo si lo creo. Sería lo mínimo que debería saber si voy a permitirle el alojamiento en mi espaciosa cabeza-.
- No estoy en su cabeza, pero puedo entrar y salir a voluntad de su mente-.
- ¿Es que no es usted capaz de empezar una frase sin la palabra "no"?-.
- Usted hace que me divierta. Le diré mi nombre sólo porque todavía no me cae mal. Me llamo Canela, y soy la dueña de las percepciones-.
- ¿Dueña de las percepciones? suena a cuento fantástico. ¿Tiene usted, Canela, la culpa de lo que le pasó a mis sentidos?-.
- Veo que algo de inteligencia y poder de deducción aún le quedan. Si, yo lo hice, ahora largo-.
- ¡¿Quién te da el poder de echarme de mi propio ser?!-.
Pero no respondió. Me había enojado. ¿Que me vaya? para nada. Esa habitación siempre me perteneció y no pensaba irme si yo mismo no lo decidía.
Intenté calmarme y seguir camino. El relax lo encontré en los olores, esos cuatro olores que allí seguían: La vainilla a mi izquierda, la lavanda a mi derecha, la mirra por encima de mí, y, delante mío, la mezcla que no era mezcla.
Seguía sin saber cual era ese último y tan familiar olor, pero me aliviaba mucho aún poder sentirlo.
Así que seguí caminando, esperando el momento en el que por fin llegue al condenado cofre.

Del Negro Nicolás.
21-01-13  01:51 Hs.

lunes, 14 de enero de 2013

La habitación sin sentidos (Uno)

Bajé una escalinata, no muy extensa que digamos, y abrí la puerta.
No había luz, así que tuve que valerme de mi memoria para recordar como llegar.
Fue bastante estúpido de mi parte sacar en su momento la única luz que había en esa cada vez más grande habitación, ya que valerme de mi memoria no solo no es sensato, es además la peor idea que pude haber tenido.
¿Por qué? Porque mi memoria es muy frágil, muy volátil.
Fui a tientas hasta lo que yo creí que era el centro de la habitación, moviendo los pies muy lentamente y teniendo cuidado de no patear nada, ya que dolería bastante estando descalzo; tanteando el aire con las manos. Nunca estuve tan cerca de sentirme un total ciego.
A medio camino entre la puerta y el supuesto centro, pateé algo con el pie derecho. Duro, pero bastante ligero y un poco amorfo según esa corta percepción de su forma, más bien chiquito. Pero no fue el objeto lo que me sorprendió, sino que al patearlo no escuche ningún sonido de impacto. Ni de mi pie contra el objeto al patearlo, ni del objeto contra el piso (que yo asumí de madera, por lo cálido) al moverse por el golpe.
Fue entonces cuando me di cuenta. No me había percatado de ello antes y ni siquiera me había parecido raro estar en esta condición. ¿Costumbre, quizás?
No importa cuál fuera la causa de mi letargo para percibirlo, el gran problema era que en algún momento pasó, y me dejó con una capacidad menos: Perdí la audición.
De ahí en más noté fuertemente la cacofonía que provocaba la mezcla de mis pensamientos con un agudo y muy molesto silbido de fondo.
El lado bueno es que, al menos, el tacto aún lo conservaba. De esto me di cuenta por el leve dolor en dos de los dedos del pie derecho.
Entonces me concentré en el gusto y el olfato, preocupado de haberme dejado en el camino alguno de mis otros sentidos.
El ambiente tenía una mezcla dulce y rara de olores. Pude distinguir tres: Lavanda, mirra y vainilla, tres olores que bien conozco y bien recuerdo, a pesar de mi mala memoria. La forma en la que se mezclaban era lo raro, ya que producían un cuarto olor, que curiosamente nada tenía que ver con los otros tres. Era como si alguien mirase las zonas donde los tres olores se conjugaban, los sacase y pusiera otro en sustituto de dicha mezcla.
De todas formas este cuarto olor también me era muy agradable, me gustaba mucho y creía conocerlo de algún lado, pero no podía recordarlo.
Con el pasar de los segundos me dí cuenta que los olores se presentaban según para donde "mire". Lo digo de esta forma porque no veía nada en realidad, estaba todo completamente a oscuras.
Si "miraba" a la izquierda sentía olor a vainilla, si movía la cabeza a la derecha sentía la lavanda, si "miraba" hacia arriba sentía el aroma a mirra, y si "miraba" hacia adelante, la mezcla esa que mezcla no era.
Tengo que reconocer que, de no ser porque no veía nada, era un lugar bastante agradable para estar, con tanta riqueza de olores.
Al degustar un poco mi propio aliento me dí cuenta que mi sentido del gusto permanecía intacto, y resté preocupaciones al mismo.
Di un profundo suspiro con el que recordé que debía respirar para vivir.
Me sentía estúpidamente aliviado. ¡Estaba aliviado porque sólo había perdido un sentido! ¡Que gran absurdo! ¡Estar aliviado por perder un sentido y sentirse afortunado de eso!
- Bueno, he de seguir con cuatro de los cinco que tenía al entrar-. Me dije.
Y luego, la voz, la profunda voz que oí claramente a pesar de mi sordera. Estaba dentro de mi cabeza, lo sabía muy bien, pero no fue eso lo que me espantó, sino lo que dijo:
- ¿Tan seguro estás de que son cuatro los que conservas?-.
Instintivamente me di vuelta. Se me aceleró súbitamente el corazón al caer en la cuenta de que nunca cerré la puerta. Entonces, ¿Por qué no veía nada?
Había perdido también la vista, y con ella casi todas mis posibilidades y esperanzas...


Del Negro Nicolás.
03:21 Ha.  14-01-13

Letras

Llegue a la conclusion de que las cosas que escribo son el unico punto en el que convergen mis pensamientos, sentimientos, emociones, ideas y sensaciones :/