lunes, 21 de enero de 2013

La cacofonía de mis pensamientos y los suyos (Dos)

Nunca voy a poder olvidar ese agónico y desesperante momento en el que me percaté de mi falta de audición. Fue cómo si mi propio ser me hubiera traicionado; cómo si alguien hubiera extraído de mi esa capacidad, y la hubiera encarcelado.
Al momento siguiente reaccioné, no podía quedarme ahí titubeando por eso, yo sabía muy bien que esa posibilidad existía, sólo que no la esperaba tan pronto.
Entonces me dispuse a intentar moverme, despacio, intentando adaptarme lo mas rápido posible a mi nueva condición. Primero la pierna derecha hacia adelante, luego la izquierda, moviéndome muy lento, como quién llega a su casa de noche y no quiere chocarse nada, no por el golpe, sino por miedo a despertar al resto.
Pero descubrí rápidamente que moverse sin oír nada no resultaba fácil, ya que estaba muy acostumbrado a escuchar mis pasos al caminar, y no escucharlos me daba cierta inseguridad; no terminaba de creerle a mi tacto que el piso estaba allí.
El centro de la habitación estaba mas lejos que antes, pero yo no sabía cuánto, no sabía cuánto había crecido aquella habitación, así que me dispuse a caminar, a cada paso con un poco más de confianza en mis movimientos. No me preocupaba pasarme el centro de la habitación, no lo haría, no si seguía en línea recta. El cofre me interrumpiría el paso.
El camino se empezó a hacer mucho más extenso de lo que recordaba, pero mi memoria nunca fue la mejor, creo haberlo dicho. ¿Cuánto había caminado ya? ¿una hora? ¿diez minutos? ¿diez segundos?. No lo sé, no tenía nada que me indique el paso del tiempo, salvo contar mis pasos, y esa no es una medida muy fiel. En cualquier caso más de cien había dado, y menos de mil también.
En el transcurso del inesperado viaje no pude evitar caer en mis pensamientos. Sin nada que oír era muy difícil no sumirme en mi propia voz.
Me aturdían. Nunca los soporté demasiado, culpa de ellos demasiadas cosas he perdido. Y eran demasiados, tantos que formaban un coro entero en mi cabeza. El coro mas escabroso, disonante e insoportable de este mundo.
Dar tantas vueltas sobre mí mismo era lo que yo quería evitar, y con este coro infernal, con esta sala de debate, con este jurado que no se callaba, era imposible.
Me estaban empezando a poner muy nervioso, y con el miedo ya era más que suficiente como para añadir nerviosismo.
Luego, ella apareció de nuevo:
- No puedo creerlo, ¿todavía piensa en llegar?-.
- Si, ¿por? ¿alguna objeción contra eso?-.
- No es para usted, desista-.
Eso sonaba demasiado amable como para provenir de alguien que se tomó la libertad de meterse en mi cabeza. Sin embargo, aún cuando yo creía esto preferí devolver la cordialidad, no sé que tan buena idea sería hacer enojar a alguien que tiene libre acceso a mi mente.
- Disculpe la molestia madame ¿con quién tengo el gusto?-. 
- No creo que sea necesario que lo sepa-.
- Oh yo si lo creo. Sería lo mínimo que debería saber si voy a permitirle el alojamiento en mi espaciosa cabeza-.
- No estoy en su cabeza, pero puedo entrar y salir a voluntad de su mente-.
- ¿Es que no es usted capaz de empezar una frase sin la palabra "no"?-.
- Usted hace que me divierta. Le diré mi nombre sólo porque todavía no me cae mal. Me llamo Canela, y soy la dueña de las percepciones-.
- ¿Dueña de las percepciones? suena a cuento fantástico. ¿Tiene usted, Canela, la culpa de lo que le pasó a mis sentidos?-.
- Veo que algo de inteligencia y poder de deducción aún le quedan. Si, yo lo hice, ahora largo-.
- ¡¿Quién te da el poder de echarme de mi propio ser?!-.
Pero no respondió. Me había enojado. ¿Que me vaya? para nada. Esa habitación siempre me perteneció y no pensaba irme si yo mismo no lo decidía.
Intenté calmarme y seguir camino. El relax lo encontré en los olores, esos cuatro olores que allí seguían: La vainilla a mi izquierda, la lavanda a mi derecha, la mirra por encima de mí, y, delante mío, la mezcla que no era mezcla.
Seguía sin saber cual era ese último y tan familiar olor, pero me aliviaba mucho aún poder sentirlo.
Así que seguí caminando, esperando el momento en el que por fin llegue al condenado cofre.

Del Negro Nicolás.
21-01-13  01:51 Hs.

lunes, 14 de enero de 2013

La habitación sin sentidos (Uno)

Bajé una escalinata, no muy extensa que digamos, y abrí la puerta.
No había luz, así que tuve que valerme de mi memoria para recordar como llegar.
Fue bastante estúpido de mi parte sacar en su momento la única luz que había en esa cada vez más grande habitación, ya que valerme de mi memoria no solo no es sensato, es además la peor idea que pude haber tenido.
¿Por qué? Porque mi memoria es muy frágil, muy volátil.
Fui a tientas hasta lo que yo creí que era el centro de la habitación, moviendo los pies muy lentamente y teniendo cuidado de no patear nada, ya que dolería bastante estando descalzo; tanteando el aire con las manos. Nunca estuve tan cerca de sentirme un total ciego.
A medio camino entre la puerta y el supuesto centro, pateé algo con el pie derecho. Duro, pero bastante ligero y un poco amorfo según esa corta percepción de su forma, más bien chiquito. Pero no fue el objeto lo que me sorprendió, sino que al patearlo no escuche ningún sonido de impacto. Ni de mi pie contra el objeto al patearlo, ni del objeto contra el piso (que yo asumí de madera, por lo cálido) al moverse por el golpe.
Fue entonces cuando me di cuenta. No me había percatado de ello antes y ni siquiera me había parecido raro estar en esta condición. ¿Costumbre, quizás?
No importa cuál fuera la causa de mi letargo para percibirlo, el gran problema era que en algún momento pasó, y me dejó con una capacidad menos: Perdí la audición.
De ahí en más noté fuertemente la cacofonía que provocaba la mezcla de mis pensamientos con un agudo y muy molesto silbido de fondo.
El lado bueno es que, al menos, el tacto aún lo conservaba. De esto me di cuenta por el leve dolor en dos de los dedos del pie derecho.
Entonces me concentré en el gusto y el olfato, preocupado de haberme dejado en el camino alguno de mis otros sentidos.
El ambiente tenía una mezcla dulce y rara de olores. Pude distinguir tres: Lavanda, mirra y vainilla, tres olores que bien conozco y bien recuerdo, a pesar de mi mala memoria. La forma en la que se mezclaban era lo raro, ya que producían un cuarto olor, que curiosamente nada tenía que ver con los otros tres. Era como si alguien mirase las zonas donde los tres olores se conjugaban, los sacase y pusiera otro en sustituto de dicha mezcla.
De todas formas este cuarto olor también me era muy agradable, me gustaba mucho y creía conocerlo de algún lado, pero no podía recordarlo.
Con el pasar de los segundos me dí cuenta que los olores se presentaban según para donde "mire". Lo digo de esta forma porque no veía nada en realidad, estaba todo completamente a oscuras.
Si "miraba" a la izquierda sentía olor a vainilla, si movía la cabeza a la derecha sentía la lavanda, si "miraba" hacia arriba sentía el aroma a mirra, y si "miraba" hacia adelante, la mezcla esa que mezcla no era.
Tengo que reconocer que, de no ser porque no veía nada, era un lugar bastante agradable para estar, con tanta riqueza de olores.
Al degustar un poco mi propio aliento me dí cuenta que mi sentido del gusto permanecía intacto, y resté preocupaciones al mismo.
Di un profundo suspiro con el que recordé que debía respirar para vivir.
Me sentía estúpidamente aliviado. ¡Estaba aliviado porque sólo había perdido un sentido! ¡Que gran absurdo! ¡Estar aliviado por perder un sentido y sentirse afortunado de eso!
- Bueno, he de seguir con cuatro de los cinco que tenía al entrar-. Me dije.
Y luego, la voz, la profunda voz que oí claramente a pesar de mi sordera. Estaba dentro de mi cabeza, lo sabía muy bien, pero no fue eso lo que me espantó, sino lo que dijo:
- ¿Tan seguro estás de que son cuatro los que conservas?-.
Instintivamente me di vuelta. Se me aceleró súbitamente el corazón al caer en la cuenta de que nunca cerré la puerta. Entonces, ¿Por qué no veía nada?
Había perdido también la vista, y con ella casi todas mis posibilidades y esperanzas...


Del Negro Nicolás.
03:21 Ha.  14-01-13

jueves, 3 de enero de 2013

La oscura mirada

Es medio tarde ya para preocuparse por enamorarse,
Sería hora de preocuparse por lo contrario,
Por como borrarte de mi cabeza,
Al menos por ahora,
Para dejar de lado la tristeza,
Es feo sentirse una miniatura,
Una sombra poco parecida,
De aquello que tan bien te hacía.

Esa distancia que siento cada vez más,
Esos detalles que tenes vos solamente,
Esa única persona que tiene tan alta la frente,
Y tan bajo el ánimo,
Esa a la cual un desconocido,
Con risas de por medio y un olvido no sufrido,
Le arrebató todas las ganas de vivir,
De al menos tener un motivo.

Veamos que tanto se puede cerrar,
El tiempo ayuda pero no hace todo lo demás,
Cuántos otros rasguños te harás por ahí?
Mientras tanto solo puedo estar callado
Viendo una y otra vez,
Esos motivos por los que no estaré nunca a tu lado,
Y yacer a los pies de la tumba del tiempo,
Que parece estar muerto o al menos desempleado.

Del Negro Nicolás
03-01-13 01:28 Hs.

Letras

Llegue a la conclusion de que las cosas que escribo son el unico punto en el que convergen mis pensamientos, sentimientos, emociones, ideas y sensaciones :/